Autorretrato de perfil a contraluz con doble exposición de flores de bugambilia, creando una imagen artística y sutil en clave alta.

Desde niña las imágenes me han fascinado. Cada fotografía que coleccionaba tenía un poder: me hablaba, me hacía sentir. Un día, en la boda de mi primo, descubrí algo que cambió mi vida: vi a un fotógrafo moverse entre la gente, casi invisible, capturando emociones reales. Cuando miré sus fotos entendí que había vivido ese día con más intensidad a través de sus imágenes que estando allí. Y pensé: ¿Y si yo pudiera hacer eso?, ¿Si pudiera crear imágenes que hicieran sentir a otros lo que yo sentí en ese instante?

Así empezó todo. No tuve que cuestionarme qué tipo de fotografía quería hacer: las bodas me eligieron a mí antes de que yo las eligiera. Me atraparon las emociones, la autenticidad, la esperanza de ese “sí, acepto”. Desde entonces, cada boda ha sido para mí una forma de honrar la vida, el amor y la memoria.

Soy Erandy

Autorretrato de Erandy Mendoza en estudio, sonriendo y mirando a la cámara con expresión alegre.

Documentando historias que puedas sentir

Mi estilo es una mezcla de lo documental y lo artístico, pero también algo más: una búsqueda de profundidad. Con mi formación en fotografía terapéutica y arteterapia, entendí que una imagen puede ser espejo y memoria al mismo tiempo. Puede ser un acto de introspección, un recordatorio de quién eres y de lo que realmente importa. Y que las imagenes que hoy capturo formarán parte de la narrativa de tu vida en un futuro.

Hoy no solo capturo instantes: creo piezas con alma, recuerdos que cuentan historias desde la emoción, que trascienden el tiempo y se sienten vivos cada vez que se miran.

Me gusta conectar con parejas relajadas, auténticas, que buscan disfrutar de su día sin estrés ni poses forzadas. Mi trato es cálido, flexible y cercano, porque sé que la confianza es lo que abre la puerta a las fotos más reales.

Cuando estoy detrás de la cámara no solo pienso en imágenes bonitas, pienso en lo que esas fotos significarán dentro de 10, 20 o 30 años: un tesoro que les permitirá revivir risas, abrazos y miradas que de otra manera se habrían desvanecido.

Inspiración y vida

La encuentro en muchos lugares: en la música, en el arte, en lo hecho a mano, en la belleza de lo imperfecto. En mi propio trabajo exploro técnicas mixtas —collage, bordado sobre fotografías, dibujo— porque creo que el arte siempre tiene nuevas formas de contar lo que sentimos.

Pero si hay algo que realmente me ha transformado, es mi propia historia. Mi familia es mi mayor inspiración. Ser madre me ha enseñado a ver la vida con otros ojos: a valorar lo efímero, a detenerme en los pequeños momentos, a capturar la belleza de lo cotidiano.

Mi esposo y yo nos casamos convencidos de que el amor se construye en los detalles de cada día, en la risa compartida, en los silencios cómodos, en las miradas que dicen más que las palabras. Tener nuestras fotos de boda nos ha permitido revivir esos primeros instantes, ver cuánto hemos crecido juntos y recordar la promesa que nos hicimos.

Mis hijos me han mostrado que la felicidad no siempre está en los grandes eventos, sino en lo espontáneo: en un abrazo inesperado, en la forma en que me buscan con la mirada, en sus pequeñas manitas sosteniendo las mías. Con ellos he aprendido que la vida es un parpadeo y que la memoria es frágil, pero que una imagen tiene el poder de hacer que un instante dure para siempre.

Siempre he creído que el paraíso no es un lugar, sino la vida que construimos. Y aunque los momentos sean finitos, algunos merecen quedarse para siempre.

Por eso fotografío.
Para que el tiempo no se los lleve.
Para que sigan vibrando en cada imagen.

"Nunca sabrás el valor de un momento hasta que se haya convertido en memoria. Vamos a capturarlo antes de que desaparezca.”